Ojos de arena: mucho racionalismo para creer en brujas

Csaba Herke
5 min readApr 11, 2021

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De las lecciones que primero se aprenden: en publicidad a poner nombre a un producto, en literatura poner un título a todo un taller, a un padre, cómo llamar a un hije, quizás la vida. Con la música, algunas veces no existe ese problema porque con describir el número de obra o conjunto o tipo de instrumentos que interpreta la obra es suficiente.

Hay pocos títulos que pueden superar el oxímoron: “el sonido del silencio”, el simbolismo de “la montaña mágica” o simplemente la contundencia bélica de “la guerra de los mundos”, hay muchos nombres buenos, pero no es fácil encontrarlos, siempre el hijo de otro tiene un nombre interesante.

Ahora, creo que poner un nombre tiene en principio dos funciones, que se enmarcan dentro de la discusión más general entre el realismo y el simbolismo, uno intenta dirigir, señalar, ayudar a la comprensión de algo de la historia “la guerra de las galaxias”. Incluso, cuando de modo más sofisticado revela un sentido oculto que a modo de pista llama a la racionalidad como en “Las meninas” (Velázquez, óleo sobre lienzo, 1743) o “La engañada” (Thomas Mann,1953) o “Los tres mosqueteros” (Alejandro Dumas 1844) o claro está “Los desnudos y los muertos” (Norman Mailer, EEUU, 1943); intentando crear entre el nombre y la historia un nuevo sentido, la operación es más difícil y siempre su límite es el ridículo como por ejemplo los Dadá con su cadáver exquisito, tan criticado por Carpentier, o Lovecraft ( Rhode Island; 1890-Providence; 1937) con sus títulos como “El que susurra en las tinieblas” (Novela, EEUU, 1930). En un caso, el nombre acompaña al texto, el otro choca con él; uno pertenece al universo de la homogeneidad del todo, el otro de la discontinuidad, uno es el de un Dios que todo lo sabe y todo lo contempla y el otro el de un Dios ajeno al mundo, que deja que las cosas sean.

Poner un nombre sea como sea es crear una cosa, a posteriori se podrá preguntar por la relación entre esa cosa y su ser, un conjunto de cosas en las que está posibilitado cierto fluir conforman un universo. Dadá creaba palabras, dudosamente universos. Ese es el problema de actividades como la antes mencionada publicidad: cuando queda el regusto de que podría haberse llamado de cualquier manera, o que podría la publicidad tratarse de jabón o de fertilizante indistintamente.

No dejo de sorprenderme de los mecanismos que subyacen a la creación. A lo largo de mis años he asistido a una multiplicidad de teóricos hablando sobre el tema, hay anaqueles de librerías dedicadas a la creatividad, y siempre queda un gusto a que todos finalmente toman una guitarra, y como buen payador se ponen a tocar, la capacidad creativa de las personas me asombra o incluso la manera que tienen de crear relaciones y metáforas, Borges era sumamente malicioso con este tema.

El nombre del film, supera holgadamente el film y a mi juicio, abusa de la semantización y arruina una posibilidad para un siempre esperado film sobre “playa mejillones”, que puede inclusive ser un serial de Netflix (recordar mi autoría de la idea si algún dia se concreta).

Creo que hay pocos autores que tienen la sensibilidad para describir algo que nunca les sucedió y para los que les sucedió muchas veces es complicado o imposible describir sus traumas. De ahí la afirmación de Adorno (Alemania, 1903, Suiza, 1969) que después de los sucesos de los campos de concentración, no puede haber arte; y es cierto que haya pocos buenos libros y pocas películas buenas sobre el tema.

Un director, como un actor o un escritor, debiera antes que nada poder reconocer los límite de sus posibilidades sensibles, Ararat ( Atom Egoyan, Canadá, 2002) es un buen ejemplo de los desplazamientos sobre lo absurdo de querer mostrar lo inefable del dolor. Querer contar el duelo, la culpa y la búsqueda de los padres frente a la desaparición de un hijo, sea menor de edad o militante, varón, mujer o trans, sea responsable incluso, no es tarea menor, y su resultado debiera superar el voluntarismo del teatro vocacional, el tema lo amerita, el texto lo amerita, el dolor ajeno lo amerita; En ese sentido, es excelente la opción de ficcionalizar todo, cuando lo que se cuenta es demasiado grande para el realismo, como es el caso de Sector 9 (Neill Blomkamp, Sudáfrica, Nueva Zelanda, 2009).

El film salta entre géneros como se salta una tarde de primavera los charcos de una vereda, desde el realismo costumbrista, hasta el cine trash, con una muestra gratuita de discrecionalidad psiquiátrica, haciendo hincapié en los intercambios económicos en el psicoanálisis, médiums (new chamanismo o chamanismo a la carte), alquileres de inmuebles como prostibularios (parece sacado de una nota amarilla contra el ex Juez de la suprema corte Zafaroni), mirones inocentes, sin profundizar en las causas y motivos de nadie parece abarcar mucho y apretar poco, una historia que no parece querer ensuciarse con la propia historia que cuenta; mucho racionalismo para creer en brujas, pero un psicoanálisis en el que finalmente se descree, padres pusilánimes pero madres empastilladas o alcohólicas (¿con hijos en definitiva perdidos?).

Finalmente. hay que aclarar. que el intento de entrecruzamiento entre historias podría haber resultado en una historia de corte borgiano, una historia que entrecruza realidad y se envuelve en otro mundo sin resignar denuncia por eso. Podría haber estado a la altura de un cine complejo pero demasiados signos sin significante, la maqueta de la casa, (la casa vacía) que el joven carpintero hace es por si sólo un tema desaprovechado y de algún modo arruinado por la liviandad con que finalmente lo muestra. Si debiera decir algo en forma sintética, es que es un film sin principio de gravedad. Un signo de la época.

Ficha técnica

Título original: Ojos de arena
Estreno: 15.04.2021
Clasificación: Apta para mayores de 13 años
Actor: Ana Celentano, Victoria Carreras, Paula Carruega, Joaquín Ferrucci, Manuel Callau. Dirección: Alejandra Marino
Guión: Alejandra Marino, Marcela Marcolini
Fotografía: Connie Martin
Música: Pablo Sala
Montaje: Liliana Nadal
Producción: Jorge Rocca

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